La puerta se abre. Entro. La puerta se cierra.
La habitación es rectangular. Las paredes blancas despiden tonos azules relajantes que agradezco en este trance. Hay un cristal negro a mi derecha. En el centro el gran trono y, sobre él, la corona. Un reloj fracciona el tiempo en partículas minúsculas audibles. Son las 14:55. El palo del segundero se mueve como una noria lenta y se acerca a la hora del desenlace.
– Siéntese y espere.
Me siento. Espero. El aire es incomprensiblemente fresco.
La puerta se abre. Entra un hombre. La puerta se cierra. Tiene gafas negras. No logro verle los ojos. Conecta los electrodos y, delicadamente, sujeta mis muñecas y mis tobillos con unas cintas de cuero. Aprieta despacio hasta que hago una mueca. Rocía sobre mi cabeza un líquido denso y transparente. El aire se ha impregnado todo de alcohol. Desciende la corona y la ajusta al perímetro de mi cráneo. Se retira. Me observa. Todo está bien.
La puerta se abre. Sale. La puerta se cierra. Son las 14:58.
Decae la iluminación. Los tonos son de atardecer. El tiempo se desvanece, la escasa luz convierte el espacio en un escenario irreal. Decido cerrar los ojos. Apenas tengo un minuto de vida. No sé rezar. Tengo miedo. De repente, millones de fotografías antiguas empiezan a girar a la velocidad de la luz. Estoy en un vórtice imparable. Inesperadamente, todo para. Desde el fondo del caos emerge mi hija sonriente cuando tenía 18 meses. Decido quedarme aquí frente a ella para siempre.
De golpe el aire se hace denso. Soy arrojado al presente. No sé cuánto tiempo ha pasado. Me siento confundido, como salido de un mal sueño. Parece que un elefante late en mi corazón. No quiero abrir los ojos. Empiezo a contar instintivamente. Necesito saber que es real esto que vivo. Sobrepaso el cien cuando se enciende una luz insultantemente blanca. Me duelen las muñecas y los hierros se me clavan en la cabeza. Abro como en un largo parto los ojos. El reloj se ha parado, sigue marcando las 14:58.
La puerta se abre. Entra el hombre con una banqueta. Se sube. Da cuerda al reloj. Lo ajusta con el de su muñeca. Ahora son la tres en punto.
El hombre sale. La puerta se cierra.
El aire es nuevamente tóxico como el de una mina.
Has conseguido que me angustie con las palabras breves de tu relato.
ResponderEliminarEnhorabuena, porque supongo que eso era lo que pretendían.
Y enhorabuena por la mención especial que te ha dado el jurado. Espero que eso te impulse a seguir escribiendo.
Besos. Belén